2 de agosto de 2008

El próximo, aún más alto. Por THIERRY PAQUOT

UNA NUEVA MODA PLANETARIA: CONSTRUIR EDIFICIOS CADA VEZ MÁS ELEVADOS


Al principio, cuando a finales del siglo XIX se construyeron los primeros rascacielos, esos edificios se convirtieron en el símbolo urbano por excelencia del capitalismo. El atentado contra las Torres Gemelas pareció darles un golpe fatal. Pero la moda ha vuelto y los proyectos más delirantes se multiplican: en Moscú van a construir un rascacielos de 448 m de altura, en Dubai uno de 800 m y en Japón uno de 4 kilómetros…

El rascacielo es un objeto arquitectónico nacido a finales del siglo XIX, producto de la combinación de una técnica constructiva (estructura metálica), la puesta a punto del ascensor y el teléfono, y sobre todo de la increíble fortuna de algunas empresas que se regalan un edificio emblemático, generando la envidia de todos. El primer edificio de gran altura (40 metros) fue construido en Nueva Cork en 1868, el segundo en Miniápolis y el tercero en Chicago en 1884, por Le Baron Jenney. La torre se convirtió en la expresión del capitalismo por excelencia.

Lo que implica que pronto resulte antigua: siempre es superada por una empresa más competitiva que marcará su supremacía construyendo la torre más alta.
Al “siempre más” insaciable de los capitanes de la industria o de las altas finanzas, corresponde el “siempre más alto” símbolo, a su entender, del poder: su torre, a la vez sede social, letrero, marca.

Hay algo infantil en esta competencia ascendente, excepto para un puñado de arquitectos convencidos de que “la torre” expresa el futuro…¡de un siglo pasado!.

A partir de ahora, el verdadero desafío consiste en inventar una forma arquitectónica que pueda responder a las constantes expectativas de ciudadanos en busca de un verdadero confort, respetuoso del medio ambiente, y acompañar las mutaciones urbanas en marcha. Los sin techo esperan señales de supervivencia, primer paso hacia una vivienda digna. Los que viven en condiciones precarias desean viviendas más confortables y adaptadas a las necesidades de sus familias o a su universo sensorial. La vivienda social, también, reclama nuevas normas y una inserción más urbana. En resumen, los desafíos son enormes y requieren experiencias audaces, tanto en el modo de financiación, el sistema de asignación, la arquitectura de dichos edificios y, por qué no, la implicación de los futuros inquilinos en su construcción.

Para la gran mayoría, la torre no es la respuesta a la vivienda: es costosa, los gastos representan un segundo alquiler – lo que explica que esté reservada a un hábitat de lujo-, no posee ningún espacio público, toda la vida se centra en el ascensor, la entrega a domicilio, el aislamiento de la ciudad “real”. Se trata, efectivamente, de un callejón sin salida en la altura, tal como la denomina Paul Virilio, en Ciudad pánico. El afuera comienza aquí (Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007).

EL LOBBY INMOBILIARIO

En cuanto a las oficinas, poco se sabe del absentismo generado por el encierro en un universo destinado al aire acondicionado, pero abundan los testimonios sobre las anginas crónicas y otras patologías respiratorias. Los empleados de las empresas instaladas en el World Trade Center que, después del atentado del 11 de septiembre de 2001, se trasladaron a oficinas en pequeños edificios diseminados en medio de la naturaleza en Nueva Jersey, manifiestan su satisfacción, y pocas veces extrañan el ambiente de Maniatan (1).

Sin embargo, algunos arquitectos-estrella alentados por todo un lobby inmobiliario afirman sin prueba alguna que la torre resuelve el problema inmobiliario (lo que es cierto, en parte), incrementa la densidad (lo que no está demostrado), ahorra energía (los datos siguen siendo contradictorios) y participa del espíritu de la ciudad (lo que no siempre resulta evidente), etc.

En la Feria Internacional del Mercado Inmobiliario (la MIPIM, según sus siglas en francés), realizada en Cannes en 2007, los visitantes podían admirar las maquetas de los futuros rascacielos de Moscú (la “Torre de la Federación”, 448 metros, que estará concluida en 2010), Varsovia (“Zlota 44”, 54 pisos, 192 metros), Nueva York (la “Torre de la Libertad”, 541 metros; la del New York Times, 228 metros), Dubai (seguramente de alrededor de 800 metros), La Defense (“Granite” de Nexity por Christian Pistre, “Unibail” por Tom Mayne, de 300 metros, que estará concluida en 2012), Londres (Renzo Piano y la London Tower Bridge de 300 metros)… Un increíble frenesí constructor, a imagen de la arrogancia de las empresas. Ya en 1936, durante sus conferencias en Río, Le Corbusier reclamaba una torre de 2000 metros para París. Por el momento, sólo los japoneses trabajan en el proyecto de una torre de 4 kilómetros de alto o una pirámide de 2004 metros (llamada “TRY 2004”) que pueda albergar a 700 000 residentes permanentes y 800 000 empleados.

En 1930, el arquitecto Frank Lloyd Wrigh denunciaba el todo-torre: “Los rascacielos no tienen vida propia, ni vida para dar, porque no la reciben de la naturaleza de la construcción. (…) Completamente bárbaros, se construyen sin consideraciones particulares respecto del vecindario, ni entre ellos (…). La envoltura de los rascacielos no tiene moral, ni belleza, ni permanencia. Es un desafío comercial o un mero recurso. Los rascacielos sólo tienen como ideal más elevado el éxito comercial” (2). Por supuesto, no se anticipaba a la victoria del centro comercial (shopping mall) y del decorado que lo acompaña, al menos en algunas megalópolis.

Tal sucedáneo (ersatz) de ciudad se contenta con esta imagen, donde la torre se contenta con esta imagen, donde la torre desempeña el papel principal. Guy Debord, en la revista Potlatch, arremetía contra el “más policía que la media” (apuntaba a Le Corbusier) que deseaba “eliminar la calle” y encerrar a la población en torres, aun cuando para él se tratase de valorar los “juegos y los conocimientos que podemos esperar de una arquitectura realmente conmocionante” (Potlatch Nº5, 20 de julio de 1954). Desarrollará más tarde la psicogeografía, el urbanismo unitario y la deriva, criticando permanentemente la fría geometría de los grandes complejos habitacionales, esas torres y edificios insensibles al vagabundeo lúdico.

URBANISMO SELECTIVO

El urbanista chino Zhuo Jian (3), quien contabiliza 7000 edificios de gran altura en Shangai (una veintena supera los 200 metros), comprueba que el suelo se hunde varios centímetros cada año. Los expertos explican que una torre es energívora en su construcción (los aceros y los vidrios cada vez más sofisticados exigen un gran consumo de energía para su fabricación) y en su mantenimiento (aire acondicionado, iluminación de las áreas centrales de los pisos, ascensores, etc.), aunque se consideren otros procedimientos (la ingeniosa torre Hypergreen de Jacques Ferrier). Insisten en la vida útil limitada, unos veinte años, de este “producto” oneroso y poco adaptable a diversos usos. Creer que es fácil instalar allí una universidad, una biblioteca, viviendas lujosas, un hotel de 5 estrellas, con horarios y “clientes” es toda una apuesta.

¿Y en París? Front de Seine, Les Olympiades, el barrio Italia, Flandres y la torre Montparnasse (1973, 209 metros) no alientan demasiado a construir otras torres y condenan el urbanismo de ladrillo.
En 1977, el Consejo de París fijó en 37 metros la altura máxima de las construcciones. En 2003, una consulta realizada a los parisinos indicó que el 63% se opone a los edificios de gran altura.

Sin embargo, en junio de 2006, unos arquitectos localizaron diecisiete lugares que pueden albergar torres de 100 a 150 metros y edificios de viviendas de 50 metros (es decir, 17 pisos). En enero de 2007, la Municipalidad aprobó tres (Porte de La chapelle, Bercy-Poniatowski y Masséna-Bruneseau), a modo de prueba. Doce equipos diseñan torres que pueden alcanzar los 210 metros, sobre terrenos inhóspitos, con infraestructura pesada, ruidosa y contaminante. La mayoría de los proyectos protegen los espacios verdes y los lugares públicos, se articulan en los suburbios vecinos y requieren transporte comunes. Sin embargo, conservan una mono funcionalidad vertical, no tienen demasiado en cuenta el efecto biombo sobre la luz solar del barrio y la aceleración de los vientos, el tratamiento de los daños y el coste energético de estas construcciones. En cuanto a la estética, ¡el debate comienza!.

En consecuencia, es absurdo estar simplemente “a favor” o “en contra”: existen torres espléndidas, que realzan el paisaje de la ciudad y que contribuyen a embellecer; ¿quién puede permanecer insensible ante la belleza de algunas ciudades “de pie”, como Nueva York o Chicago? Sin embargo, es aberrante construir una torre solitaria sin preocuparse por el urbanismo, es decir, el transporte colectivo, la relación con el suelo, la calle, las relaciones a escala con las demás construcciones, el juego de proporciones entre las fachadas, las plazas, la vegetación.

Si en lugar de construir torres para un modo de vida apremiante, algunos diseñadores concentraran su inteligencia en concebir barrios ecológicos, no sólo según las normas actuales llamadas de alta calidad ambiental, a menudo básicas, sino también las de alta calidad existencial, cuidando de la gente, los lugares y las “cosas de la ciudad” (por ejemplo, la iluminación suave y tranquilizadora), entonces la urbanidad sería menos selectiva y la alteridad menos discriminatoria.

La torre no permite el encuentro. Por lo demás, ni la literatura ni el cine la convierten en un lugar mágico; por el contrario, ¡alimenta los escenarios de catástrofes!
Desconfiemos de las modas, por naturaleza pasajeras. Es mejor la diversidad de los paisajes urbanos, los rascacielos singulares, las formas contrastantes, los materiales y la multiplicidad de colores.

(1)Sophie Body-Gendrot, La société américaine après le 11 september, presses de Sciences-Po, París, 2002.
(2)“La tyrannie du gratte-ciel”, págs. 168-186, conferencias de 1930, L’avenir de l’architecture, Editions du Linteau, París, 2003.
(3)Urbanisme, Nº354, mayo / junio de 2007.